sábado, 2 de marzo de 2013

Corazón de tinta/ Cornelia Funke



“-Tu siempre dices lo mismo: Los libros tienen que pesar porque el mundo entero está encerrado en ellos-“

“-¿Qué significa esto Elinor?- Murmuró cuando subió de nuevo al coche-. ¿Desde cuándo añoras la compañía de otros seres humanos? Lo cierto es que va siendo hora de que regreses al hogar antes de que te vuelvas más rara de lo que ya eres.”

“Tenía razón. El mundo era terrible, cruel, despiadado, ominoso como un mal sueño. No era un buen lugar para vivir. Los libros eran el único sitio en el que había hallado compasión, consuelo, felicidad… y amor. Los libros amaban a todo aquel que los abría, dispensaban recogimiento y amistad sin exigir nada a cambio, nunca se marchaban, nunca, aunque los trataras mal. Amor, verdad, belleza, sabiduría  consuelo ante la muerte. ¿Quién lo había dicho? Algún otro fanático de los libros cuyo nombre no podía recordar, pero sí sus palabras. Las palabras son inmortales… salve que legue alguien y las queme”

“Suelen decir los libros que el odio es cálido al tacto”

“En los libros –escribió- , hallo hallo a los muertos como si estuvieran vivos; en los libros preveo las cosas que sucederán; en los libros se ponen en marcha asuntos de guerra; en los libros surgen las leyes de la paz. Todas las cosas se corrompen y decaen con el tiempo, Saturno no deja de devorar a los hijos que engendra: Toda la gloria del mundo quedaría enterrada en el olvido si Dios no  hubiera proporcionado a los mortales el remedio de los libros (Richard de Bury, citado por Alberto Manguel)

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