“Me olvidé de él y mis vista volvió a las piedras. La mayoría
eran grises o negras, pero frente a mí, a apenas veinte pasos, el lomo pardo de
una piedra de menor tamaño marcaba la diferencia. Baje a la playa por una
pequeña escalera y me acerqué a ella. ¿Quién sabe? Tal vez fuese una piedra de
camino a otro lugar. Me coloqué a su lado y me puse en cunclillas. Aunque era
de mi tamaño no teníamos nada más en común; ella era feliz y creía que vivía en
paz, pero no era libre, y en cuanto a mi, esos conceptos me importaban un
carajo. Acaricie su lomo pulido como un mármol. Puede que con paciencia llegara
a ser una buena compañera de fatigas. Cerré los ojos para imaginar cómo sería
nuestra vida en común. Acabaría mi
trabajo y luego volvería a esta playa junto a mi piedra parda y lisa como una
teta. Me convertiría en una piedra de quinientos kilos que nadie pudiese coger,
arrojar, contemplar, admirar o destruir. Sentiría el calor, el frio extremo y
no le daría importancia. Una piedra que no tendrá ante sí otra opción, idea o ambición que la de permanecer en su cala. No
escuchará, no observará, no prestará atención, no desviara s atención de los
fondos pardos de sus parpados de piedra.”
“-podemos Irene? Te ayudo en esta, y se acabó. Y ahora bájame
esos putos papeles. No quiero subir a ningún piso.
-Pero yo necesito que subas a ese piso, que entres a esa habitación
y me folles. Y todo eso sin abrir la boca más que para correrte.”
“-No hay peor persona que la que huye de la casa de su padre
y le traiciona, así está mejor. Y eso no es exclusivo de los vascos, es algo
universal, está en la genética de todas las razas- dijo.
La genética, la raza, los espermatozoides nobles, sano y huérfano
que taladra a una ameba anónima recién llegada del más allá. Soy un virus fatal
y despreciable que vaga sobre un plasma divino y noble.”
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